viernes, 2 de septiembre de 2011

No es el último vals

Era una noche de octubre, mientras Adeleine se posaba frente al espejo, maquillando la orbita oscura de sus ojos, combinando su labial con el rojo vivo de su vestido con bordes negros, estaba tranquila, nada parecía emocionarle.
Había pasado un año ya, desde que había perdido una parte de su ser, desde que una parte de ella se encontraba muerta por dentro.
Resaltaba sus labios para que resaltara aún más su bella sonrisa, que desde hace ya vario tiempo no solía usar. Estaba todo listo, miraba con indiferencia su hermoso vestido, miraba sin empatía su suave rostro y observaba lentamente sus rubios cabellos. Sentía algo que la asfixiaba por todas las partes de su cuerpo, pero como de costumbre no le daba importancia. Desde que su novio había muerto, sentía las caricias y los roces impregnados en su esqueleto, en sus músculos, en su piel, en todo su ser. Pero decidió matarlos después de la tragedia, decidió evadirlos como evadió el hecho de que el ya no estaba a su lado.
La fiesta iba a comenzar, tan sólo faltaba que Adeleine manipulara su cabello para poder ponerse un camafeo plateado que ya no tenía fotos, que ya no tenía recuerdos, aunque ella sabía que en cada acto cometía rituales para volverlos a invocar, pero conscientemente cuando estaban a punto de alterar sus emociones los rompía, el ruido al romperlos era como cristales cayendo, y se sumergía en una atmósfera interna de gritos pero sin saber el por qué, o talvez sabía con certeza que era lo que le ocasionaba imaginar el cristal que más tarde rompería, pero intentaba no pensar en eso.

Su amigo tocó el claxon, ya la estaba esperando justo estacionado debajo de su habitación, Adeleine lo vio por la venta y sonrió desabridamente. Tratando de ignorar el espejo, se dirigió al interruptor de luz y dejó la habitación oscura, bajó por las escaleras todo estaba oscuro, sólo la luna que se filtraba en las cortinas translúcidas era capaz de no hacerla tropezar, más tarde llegó al carro de su amigo.

-¡Qué bella luces!
-¡Gracias, tú también te ves muy apuesto! (Dijo Adeleine con un tono serio y cortante)

Todo el camino para la fiesta, se mantuvieron sin cruzar palabra, todo lo que podían oír era el ruido del aire frío y un poco de música con un trasfondo de presagio. Adeleine por muy dentro, sabía que algo pasaría ese día, no estaba escéptica a la posibilidad, siquiera pensaba en una posibilidad, en su trasfondo también un instinto lo anunciaba. Estaba presente en el momento con una intriga que no la angustiaba, se encontraba presente, paciente.

Habían llegado al salón de eventos, era muy elegante y Adeleine estaba perfectamente vestida para la ocasión. Roger –su amigo- fue el primero en bajar del auto y como todo un caballero nada elocuente le abrió la puerta. Adeleine sonreía, pero estaba consciente de que no lo había hecho por esa razón, había algo oculto en ella que la obligaba, no sabía que era pero podía sentir a su alma cada vez más tranquila.

Bajó del carro y se dirigió al salón, caminaba entre gente con pipas y gargantillas de diamantes. Sus otros amigos estaban ya sentados en una mesa, la vieron llegar y se pusieron de pie para recibirla. Había algo en el humo del cigarro que la inducía a sentir señales dentro de su ser y en el ambiente, no se alteraba, se veía entre la multitud cubierta por una atmósfera de humo que la hacía sentir segura y libre para concluir con su plan nocturno innato.
Se dirigió al tocador, ella era la única ahí. Jaló el cordón de su corsé por delante, se lo ajustaba cada vez más, podía sentir sus costillas comprimirse y en su estomago formarse un vacío. Pero ella no sentía dolor, estaba segura de lo que hacía. Cada vez un poco más, lo fue ajustando, y ajustando, y ajustando. Se miraba en el espejo, la silueta de su cuerpo que había visto antes de salir de casa era muy distinta a la que ahora se presentaba en su mirada. Su piel lucía cada vez un poco más pálida, los rojos labios que se había pintado resaltaban aún más con su piel blanca y helada, al igual que con su vestido. Estaba perfecta para hacer lo que sabía, tenía que hacer.

Abandonó el tocador, regresó a la atmósfera oscura y camino entre el humo. Las partículas de ese polvo de alquitrán eran su escenario. Estaba confiada, feliz, segura, por primera vez en un año y dos meses. Entre la evaporación del hielo seco que parecía como una neblina grisácea por la combinación del cigarrillo, a lo lejos vislumbró a su amado, al que le había robado la dicha hace más de un año. Sin toser, sin respirar, se acercó a él, no lo estrujó, no se sorprendió, sabía que pronto lo iba a ver. Ambos sonrieron, Adeleine posó una mano sobre el hombro del traje blanco de su amado, lo estaba sintiendo, y todo lo que había quedado impregnado en la orzuela de su cabello, en las orillas de sus brazos, en los músculos de su espalda, volvía a tomar sentido, renacía dentro de ella, era como la primera vez.

Con la piel erizada y mirándolo fijamente a los ojos, bailaron el último vals, en una atmósfera de humo que pareciere se desvanecía alrededor de ellos. Dejándoles la esencia de su amor que siempre habían cargado. Adeleine contenía la respiración, el zigzag de su falda dispersaba el humo. Sentía que el exterior daba vueltas alrededor de ella y él. Era un momento en el que quería permanecer por siempre.
.

Roger trataba de despabilar a Adeleine, ella tenía su mano posada en el camafeo, pero era muy tarde, estaba muerta, se había asfixiado. Pero tenía una enorme sonrisa plasmada sobre su rostro ya inerte.

Adeline y su amado cerraron el vals con una reverencia que denotaba seguridad, pues, sabían, no sería la última vez que volverían a bailar.